I
Era un espejismo.
Debajo de esa pátina de oropeles que transformaba las ciudades en joyas de la arquitectura contemporánea, corría un río tenebroso teñido de opresión.
Eran tiempos de dictadura.
II
El primero de mayo salió a la luz la carta pastoral del Arzobispo de Caracas, Monseñor Rafael Arias Blanco: ”…una inmensa masa de nuestro pueblo está viviendo en condiciones que no se pueden calificar de humanas.”
De acuerdo con la constitución que el propio régimen se dio en 1953 para afianzarse, el 57 sería año electoral.
El clima era de resignación.
Muy pocos apostaban por cambios significativos en la estructura del gobierno, todo parecía destinado a perpetuarse porque todas las instituciones estaban secuestradas por ese poder, y los opositores estaban en el exilio, en la clandestinidad, en las cárceles o en los cementerios.
Llegando el momento de las elecciones el régimen cambió las reglas del juego y, pasando por encima de su propia constitución, sustituyó las elecciones por un plebiscito que pretendía consultar si el país quería continuar bajo la égida del tirano.
Para evitar contratiempos montó la trampa y cedió a la tentación del fraude, asegurándose una victoria arrolladora.
III
Muchos piensan que la carta pastoral de Monseñor Arias había sembrado una semilla de conciencia ciudadana que comenzó a retoñar aceleradamente hacia fines de ese año, para cambiar el ritmo de la historia venezolana y condenar las apetencias de una dictadura que parecía que sería eterna.
Ya sabemos lo que pasó el 23 de enero de 1958.