miércoles, 5 de octubre de 2011

Steve Jobs

No puedo decir que sea un admirador prolijo. Pocos personajes ocupan mi atención y, todavía menos, me asombran de alguna manera.
Quizás sea un tanto indiferente a esas correrías de lo mundano.
Pero hay gente que, definitivamente, no puede pasar desapercibida. Pisan demasiado fuerte en la historia, como para que no notemos su huella.
Hay personas paradigmáticas y, para mi, Steve Jobs es una de esas.
El mundo en el que vivo, el canal de mis intereses más centrales, fluye por vías que Jobs hizo posibles, porque se empeñó en llevar sus ideas a concreciones inauditas. Impensables hace menos de cincuenta años.
Jobs reunió una mezcla rara de ingenio, profundísimo conocimiento científico técnico, simpatía y carisma personales, con un sentido de lo empresarial, que llevó sus sueños a realidades capaces de transformar al mundo de manera irreversible y benéfica, más allá de lo que la mayoría de la humanidad hubiera creído posible nunca.
Lo máximo de esta hazaña titánica, de esta verdadera revolución mundial, es que fue y sigue siendo, absolutamente desarmada y pacífica. Un raro ejemplo del valor esencial de la palabra construir, en su sentido más puro.
Podría decir que Jobs fue un desmitificador del ave Fénix, porque demostró que para nacer no es necesario hacerlo desde las cenizas de nada ni de nadie.
Para mi ha sido una fuente inagotable de inspiración y un claro definidor de caminos a seguir.
Lamento su partida profundamente y la siento prematura e injusta, como he sentido las partidas de los seres que me han sido cercanos.
Le guardaré un puesto en mis meditaciones.