viernes, 23 de agosto de 2024

Entre la narrativa y la posverdad


No dejo de repetirme que lo sé. Lo sé desde hace tiempo.

No, no desde siempre. 

Alguna vez lo vi distinto y, después, por alguna epifanía afortunada, ahora sumergida en las honduras de la memoria, cambié de opinión.

Sí, siento que descubrí que la verdad es relativa y que vive en la mirada de cada uno, según la perspectiva desde donde esté mirando los acontecimientos, y descubrí algo maravilloso: que todos tenemos razón, y que eso no es lo que importa. 

Lo  que importa es ponerse de acuerdo.

Ahora, como un abono en las cuentas de mis trasnochos, se me revela el concepto de narrativa, en una acepción que no conocía del término, que siempre usé como la referencia a un estilo particular de la comunicación que, además de no ser en verso, busca mostrar un decurso determinado de cosas o acontecimientos.

La novedad es que ahora narrativa se me hace sinónimo de guión y de discurso; y está bien, abro mi mente para aceptarlo; digo, para no andar con purismos del lenguaje.

Y entonces aparecen las narrativas que construyen argumentaciones, mejor o peor hilvanadas, para intentar mostrarnos una certeza que puede llegar a ser definitivamente descocada. 

Algo así como darle validez a un montón de despropósitos que a veces hasta se contradicen unos con otros cuando los miramos con detenimiento, intentando darle sentido y congruencia a lo que a ojos de grandes mayorías de actores y observadores no lo tiene por ninguna parte.

Aparecen opinantes y doctores y expertos y adivinos y hechiceros y demás yerbas, que van argumentando y construyendo un entramado para orientar el pensamiento de todos hacia una verdad que, al parecer, quieren que sea la única y verdadera verdad.

Total, ¡un enredo de marca mayor!

Bueno…

Después, haciendo esa digestión casi subrealista, surge como una revelación siempre sabida, una verdad que desafía todas las leyes de la física y de la sociología, y me pone el mundo patas para arriba.

Un verdadero desconcierto que aparece validado, no solamente por la narrativa, sino por formas de institucionalidades dibujadas en un cuaderno de borradores, coloreadas con crayones que se salen constantemente de la raya, pero que me dicen que son la verdad.

Indagué. 

Me desvelé investigando, viajando a las entrañas de esa cosa indescifrable para mí.

Otra vez perdí el sueño anhelando actualizarme para no perderme, para que no me llevara la corriente, como al camarón aquel.

Y dándole por ahí, ya olvidado del sueño reparador, en los bordes de una lúcida demencia, me tropecé con la posverdad.

Un verdadero gigante de lo contemporáneo del siglo XXI, un concepto nuevo.

Supe entonces, que se pueden fabricar verdades insólitas si se construyen las narrativas adecuadas.

Me asombré, lo confieso.

De repente, recordé aquella cosa del beisbol a la que llaman pisa y corre, y me vino que, en la onda de irle acuñando nuevos significados a cosas viejas, a lo mejor la verdad es ahora algo que está en pisa y corre entre la narrativa y la posverdad.

Ya no sé si alguna vez volveré del desvelo.