sábado, 16 de abril de 2022

El león de Caracas

Hay cosas que merecen un respeto de especial característica.
Se trata de un respeto que supera tendencias y convicciones personales, y hasta facciosas o partidarias de cualquier signo que, para estos casos, carecen de importancia.
Los símbolos, creíamos haber aprendido, son fruto acrisolado de los tiempos. No surgen de la nada.
Más bien se asientan en una suerte de composición progresiva que abstrae los significados y los va sintetizando en formas con las que uno se identifica, por encima de cualquier criterio individual. 
Son una fórmula de entendimientos colectivos.
Y uno, al reconocerlos, se reconoce en ellos.
Creo que de ello se desprende su importancia para el afianzamiento de las identidades y de las culturas.
Me pregunto cuánto tiempo habrá pasado desde que Simón Bolívar, el viejo, logró un escudo oficial de Caracas en las postrimerías del siglo XVI, para que el león que en él está, se convirtiera en el símbolo que todos los caraqueños reconocemos...
No se puede, aunque algunos crean que sí, defenestrar un símbolo; pretender despojarlo de sus significados en la conciencia popular, argumentando conversaciones de plaza que algunos hayan tenido una tarde cualquiera.
No se puede, repito.
Los hombres son temerarios, y el cauce de sus temeridades los conduce muchas veces a destinos inciertos donde quedan signados por las desventuras del infortunio.
Pretenden alzarse por encima de sus semejantes, embriagados por poderes fatuos y por los espejismos de una grandeza que, para ser verdadera, solo podría provenir de los años posteriores a sus vidas, siendo ilusión todo lo otro, como sabemos.
Pasarán los temporales que arrasan y desarman, y volverán las calmas necesarias para las reconstrucciones y las nuevas obras de la creatividad.
Y los símbolos se restablecerán, por el valor de sus significados y el respeto que se les debe.