- Si me inscribo en la integridad personal, ¿puedo respaldar a quienes gobiernan en corrupción?
- Si me siento humanista, ¿puedo argumentar a favor de quienes abusan de la fuerza para acallar a quienes protestan?
- Si respeto la diversidad, ¿puedo justificar el sectarismo y la descalificación del otro?
- Si creo en la universalidad, ¿puedo despreciar el pensamiento y las ideas que me adversan?
- Si me inscribo en las iniciativas de progreso y prosperidad para todos, ¿puedo justificar que se suma a un país en la miseria y el atraso?
- Si entiendo que la administración de lo público tiene que hacerse desde la transparencia y la probidad más completas, ¿puedo respaldar a quienes no rinden cuentas sobre los destinos de la tesorería nacional?
- Si se que no lo están haciendo bien, y que no muestran disposición a rectificar, ¿hasta dónde y con qué argumentos puedo acompañar?
- Cuándo los más claman por cambio, ¿hasta dónde es válido cerrar las vías para que lo logren?
- ¿Cuánta incongruencia se puede aguantar antes de perder el sueño?
- Cuando los problemas del país son concretos e ineludibles, ¿cuánto resuelven las etiquetas?
Podría formularme muchas, muchas más, pero: ¿hará falta?