viernes, 14 de julio de 2017

Algunas preguntas im-pertinentes:

  1. Si me inscribo en la integridad personal, ¿puedo respaldar a quienes gobiernan en corrupción?
  2. Si me siento humanista, ¿puedo argumentar a favor de quienes abusan de la fuerza para acallar a quienes protestan?
  3. Si respeto la diversidad, ¿puedo justificar el sectarismo y la descalificación del otro?
  4. Si creo en la universalidad, ¿puedo despreciar el pensamiento y las ideas que me adversan?
  5. Si me inscribo en las iniciativas de progreso y prosperidad para todos, ¿puedo justificar que se suma a un país en la miseria y el atraso?
  6. Si entiendo que la administración de lo público tiene que hacerse desde la transparencia y la probidad más completas, ¿puedo respaldar a quienes no rinden cuentas sobre los destinos de la tesorería nacional?
  7. Si se que no lo están haciendo bien, y que no muestran disposición a rectificar, ¿hasta dónde y con qué argumentos puedo acompañar?
  8. Cuándo los más claman por cambio, ¿hasta dónde es válido cerrar las vías para que lo logren?
  9. ¿Cuánta incongruencia se puede aguantar antes de perder el sueño?
  10. Cuando los problemas del país son concretos e ineludibles, ¿cuánto resuelven las etiquetas?

 Podría formularme muchas, muchas más, pero: ¿hará falta?