Se expresa en lo que llamamos cultura y tiene formas diversas: arte, ciencia y religión, son, quizás, las tres más conocidas.
A efectos de este escrito, me interesa la religión como vehículo para sistematizar el saber de una manera específica, arreglada a valores y creencias particulares.
Desde antes del cristianismo, los hombres distinguieron que ciertas apetencias naturales, cuando se desbocaban, conducían a cometer excesos que sacaban a las personas de su estar habitual y les hacían comportarse de maneras perjudiciales, tanto para ellos como individuos, como para la colectividad a la que pertenecían.
Encontraron que, de la misma manera que existen virtudes, existen vicios.
Para el momento del que hablo, ya Moisés había bajado con las Tablas de la Ley, y se habían decretado los mandamientos.
Eso no podía reescribirse y, entonces, pensaron que se debía prevenir el avance de los vicios, y enunciaron cuáles de ellos eran la fuente de todos los demás.
Se les llamó “capitales”, y se planteó que, a partir de su práctica, los hombres se precipitan al abismo de lo peor, para condenarse sin remedio.
Los tiempos corren y los aires del libre albedrío, como se interpreta contemporáneamente, han hecho más flexibles las nociones de libertad de pensamiento y acción. Ahora es una especie de “se vale todo”.
La humanidad, a pesar de tantas evidencias que sugieren lo contrario, parece seguir confiando en que la virtud prevalece siempre, y deja que sobrevengan tiempos oscuros a los que suceden tiempos luminosos, en una alternancia que siempre apuesta por períodos de luz cada vez más prolongados.
Quizás sea una ciega fe.
Santo Tomás de Aquino, cuando listó los pecados capitales - que ya para su tiempo se habían condensado en los siete que conocemos -, encabezó la lista con la soberbia, y la hizo seguir por la avaricia. Es decir, que consideró que estos dos vicios constituían los desencadenantes principales de todos los males. No es poca cosa.
La verdad no sé si, al seguir ese extraño girar de la espiral de la historia, la humanidad esté entrando a una era oscura.
Cuando observo la orientación de algunos liderazgos mundiales y escucho sus motivaciones, y las formas, casi de mala caricatura, como pretenden justificar lo indecible al amparo de poderes desproporcionados, con golpes desconsiderados, sin pudor ni vergüenza; me pregunto si no estaremos poniendo la cabeza de la especie dentro de la boca de un león sin amaestrar, al observar que en esta vuelta hay poderío suficiente para acabarlo todo.
Algo me dice - aunque no quisiera escuchar - que los pecados capitales están iniciando una presentación estelar; soberbia y avaricia en los roles protagónicos.