jueves, 4 de julio de 2019

Tortura


Hay temas aborrecibles.
Tiene uno que intentar poner distancia con ellos porque, sencillamente, su contacto daña.
En mi caso eso pasa con la tortura.
No quiero saber de ella. 
Aunque deba admitir que existe, no quiero saber de ella.
La siento como una telaraña siniestra que, de solo mencionarla, comienza a envolverlo todo tiñéndolo de pesar y fetidez perturbadora.
Saber de sus prácticas es tan nocivo que puede desconectarme de mis quehaceres y comenzar a robarme las pequeñas alegrías cotidianas.
La tortura es abyecta.
Pero pasa, y nos hace saber que existe. Que hay personas capaces de infligirla sobre otros, que la sufren impotentes, indefensos…
Así ha sido desde siempre. 
Los humanos nos hemos demostrado capacidad de poder ser crueles hasta el extremo.
En estos días de prolongada tragedia venezolana vuelve la tortura a mostrar sus fauces hediondas, y los hombres a presentarnos su faz más oscura.
Al capitán lo mataron los esbirros. 
Al capitán lo mató una forma despreciable de entender el mundo.
Y me digo, de nuevo, ya casi cansado de repetírmelo, ¡no puede ser, esto no debe pasar!.
Pero pasa, y sigue pasando, y seguirá pasando hasta que declaremos ¡basta!.
Venezuela parece poseída por demonios insaciables, con empeños de arrasar…