Vistos desde nuestra
esquina del mundo, los japoneses se antojan misteriosos.
Extrañas criaturas de
ojos oblicuos, cabello eternamente negro y una lengua indescifrable.
Sus costumbres son
raras también. Recientemente tropecé con la reseña de una de esas tradiciones
japonesas. Resulta que cada año por esta época, en una especie de resumen
colectivo de lo que fue el tiempo que termina, los japoneses hacen una encuesta
para escoger, de su extraño alfabeto, el signo que resume el acontecer de este
período. Escogieron uno para que un monje calígrafo lo dejara plasmado en algún
reverencial rincón de por allá, es el que traduce "desastre".
Si, los japoneses,
sin reparos ni falsos pudores, reconocen que 2018 fue un desastre para ellos,
que sufrieron múltiples reveses, la mayoría como consecuencia de las fuerzas de
la naturaleza, que es mucho menos benigna sobre su archipiélago que sobre
nuestra tierra de gracia.
Me quedé pensando,
¿si nosotros saliéramos, de puro noveleros que podemos ser, y nos propusiésemos
la misma consulta, que término resultaría ganador?
En mi fuero interno,
voté por "calamidad", porque me parece que mi país se bañó en esa
agua todo este año, pataleando para no ahogarse.
Pero, viéndolo bien,
en la televisión y la prensa oficial; oyéndolo mejor, en las alocuciones del
máximo representante del gobierno; pensándolo un poco, me sobrevino la duda:
quizás prevalecería algo de otro carácter, otro tono...
No lo supe.
Preferí, entonces,
cerrar esta reseña, abriéndole le pregunta a usted, para su interna digestión:
¿cuál es su palabra para 2018?