lunes, 18 de marzo de 2019

Lo que une...



Por estos días pensaba escribir sobre la situación de Nicolás Maduro.
El drama psicológico de un sujeto que vive sumido en el rechazo colectivo, ya inocultable, público y continuado.
Imaginaba un escrito que recorriera su día, desde el primer enfrentamiento con un espejo íntimo en el sanitario, despuntando la mañana, hasta la vuelta a ese mismo lugar cuando la noche decreta el fin de las actuaciones.
Me lo planteé como una tragedia, donde el Maduro íntimo se desangra por dentro al constatar que nadie lo quiere, mientras mira como las masas recrecen tras la égida de su adversario político.
Pero luego me fui a marchar, y a las concentraciones vecinales que se vienen convocando. Me fui a cumplir con mi parte para seguir demostrando nuestra irrevocable voluntad de que Maduro y lo que él representa, con su circo sangriento y mal montado, se vayan y no vuelvan nunca más.
Me fui a hacer eso y observé. Vi la encarnación de esperanzas y alegrías que afloran espontáneas, vi manifestaciones de muchas emociones y símbolos de todos los puntos de vista. Vi la pluralidad en la protesta viva y altiva. Escuché cantos y voces que claman libertad y gritan un rechazo contundente e incesante.
Entonces ya no me interesó el personaje deleznable y poca cosa que es Maduro, ya ni compasión me inspiró su patética imagen de mal payaso.
En cada concentración, caminando y observando, emergió el símbolo de todo esto, el que nos reúne acobijándonos en nuestras diferencias mayores y menores, para arroparnos con el porvenir que ansiamos y por el que estamos trabajando todos, juntos.
Me vinieron memorias escolares, se filtraron estrofas dormidas en lo recóndito.
Voces infantiles, resonando en mi interior me devolvieron luz y unión, por sobre todo:
" y digo con mi canto
lo que yo aprendí en la escuela,
bandera de Venezuela
porque yo te quiero tanto"...