martes, 30 de enero de 2024

La política y el buen gobierno

 

Fuente PIXABAY


Sé que no se está acabando el mundo, como muchos afirman cuando hablan de la pobre gestión ecológica que venimos haciendo en el planeta.

Veo una ciega vocación suicida en nuestra marcha a consumirnos en la gran hoguera que encendimos para no sé que dioses.

El mundo de los humanos arde por sus cuatro costados, sin que aparezca voluntad para decidir soluciones efectivas, mientras el tiempo corre sin treguas ni garantías.

Simplificando al extremo, hay dos salidas a este asunto: permanecer o desaparecer.

La segunda no me interesa, por la obvia razón de que no hace falta analizar algo para una audiencia de difuntos.

Sobre la primera, sí se me ocurren algunas reflexiones para compartir y ver qué pasa.

Creo que estamos presos de una trampa formidable que nos ciega.

Los humanos nos sentimos conquistadores del planeta y estamos enseñoreados en él debido a que fuimos desarrollando tecnologías efectivas de dominación de la naturaleza; no hemos parado de inventar y hemos creado un ciclo incontenible de avance signado por nuestra capacidad innovadora.

Ese camino ha dejado un rastro de destrucción que no habíamos notado hasta ahora, cuando los instrumentos que hemos diseñado nos dan las alarmas sobre lo que miden.

Estamos consumiendo los recursos vitales para nuestra especie a una rata más acelerada que la capacidad del planeta para renovarlas.

Ya alguna vez dije que creo que la política es la capacidad de conciliar intereses divergentes de forma que puedan convivir en el seno de una sociedad para favorecer el bien común. Veo a los políticos como facilitadores de acuerdos.

Por eso la política busca el poder.

En la constitución del estado va la esencia misma de la procura de los acuerdos en las sociedades complejas, necesitadas de reglas estructuradas y a veces rígidas; además de la capacidad de asegurar el cumplimiento hasta por el uso institucionalizado de la fuerza, si llega a ser necesario.

Si queremos permanecer tenemos que alcanzar los acuerdos que hacen falta y para ello requerimos voluntad política.

Si logramos este primer “momentum” y articulamos el propósito inequívoco de querer permanecer - de preservar nuestra especie - el desafío que le sigue es implementar las acciones necesarias para que todos hagamos lo que es requerido en pro del bien común. Es decir, gobernar para hacerlo posible.

No puede seguirnos cegando nuestra soberbia.

Es un error fatal creer que son buenos gobiernos aquellos que enarbolan soluciones guerreras para atender apetencias territoriales, o de supremacías étnicas, ideológicas o religiosas; o los que plantean que el bienestar es una derivación del crecimiento económico sin limitaciones, o los que se miran el ombligo de las fronteras y las banderas.

A veces caemos en la tentación de depositar la solución de estos asuntos a los organismos multilaterales que alguna vez creamos para debatir sobre los temas más trascendentales, y olvidamos que para llegar a ellos con posiciones relevantes es necesario que los representantes vengan ya impregnados con las ideas de preservación y permanencia, más que urgidos de la necesidad de reafirmar convicciones localistas.

Me parece que el buen gobierno es el que da predominancia a la búsqueda de acuerdos que nos aseguren prosperidad sin poner en riesgo el porvenir. 

El desafío para los políticos es alcanzar el poder sobre esas bases y creo que la clave de ello es envolver la idea de prosperidad con un empaque que atraiga a todos, haciendo ver que el único progreso que tiene sentido es el que nos asegure la supervivencia.

Necesitamos paz, conciencia ecológica y equidad.

Necesitamos permitir que la humildad prevalezca.