domingo, 18 de octubre de 2020

Tanto va el cántaro al agua...

I


 
El debate sobre la fuente de la legitimidad del poder discurre entre dos polos: dios y el pueblo, dos conceptos que se mueven según el aire del tiempo. 
En la Capitanía General de Venezuela, por 1810, unos ediles constituyeron una junta para representar en estas tierras lejanas de la metrópolis los derechos de un ungido de dios. La monarquía había sido usurpada. 
Ya para 1811, las discusiones de los representantes habían arribado a la declaración de la independencia absoluta, estableciendo que la soberanía recae en el pueblo. Con eso se fue a una guerra terrible, cruenta de más, que se prolongaría más de diez años y recorrería casi toda la América meridional. 
No fue poca cosa el cambio. Pasábamos de monarquía a república, por decisión unilateral. 
De ahí en adelante corrió mucha agua por el río republicano, y los hombres de la independencia trocaron en gobernantes, y la concepción de pueblo se fue transformando en ese poco a poco que marca el tiempo histórico, con sus idas y sus venidas. 
II



En el castillo de Puerto Cabello, en 1928 un pensador de su tiempo comparte los conocimientos del materialismo histórico con una pléyade de jóvenes universitarios, ahora presos de la férrea dictadura. 
Pío Tamayo alimenta curiosidades, aclara ideas y se termina de asentar la noción ampliada de lo que es el pueblo. 
No será ya los pequeños grupos de propietarios, de ilustrados e instruidos. No será solo los varones. Al pueblo habrán de incorporarse las mujeres, los analfabetas y toda esa gran mayoría depauperada que poblaba el país deambulando sin destino propio, los "pata en el suelo". 
En las cárceles y en los exilios, se estudia y se aprende, y aires revolucionarios viejos y nuevos recorren el mundo. Las tesis sobre la participación de ese nuevo pueblo en las decisiones de su destino, en la elección de sus gobernantes se robustecen. 

III 



Son incontables las ocasiones en que, luego de la muerte del tirano benemérito, se buscó materializar la elección por sufragio universal, directo y secreto, incorporando a mujeres y analfabetos. 
Todas fracasaron por diversos motivos y la transición hacia la república democrática tan ansiada se pospuso continuamente. 
A veces la historia no espera, como si perdiera la paciencia, y se precipitan sucesos que alteran la marcha progresiva de las cosas, dándoles un viraje violento. 
En Venezuela habría elecciones en 1946. No iban a ser por sufragio universal una vez más. 
Se había convenido entre el gobierno y la emergente oposición un último candidato de consenso, para dirigir el tramo final de un proceso de democratización ya demasiado largo para muchos. 
Falló el candidato, la enfermedad hizo su jugada y lo descalificó a última hora. Se perdió el momento y ya no se logró un nuevo acuerdo. En los pasillos resonaban sables viejos, y nuevos... 
El 18 de octubre hace 75 años se produjo el sobresalto y la rueda de la historia pareció perder un eslabón. 
El alzamiento desalojó del poder a los últimos vestigios de la Revolución Liberal Restauradora y el pueblo, en nuevo concepto, se encontró ante un mundo de libertades y derechos que no conocía. 
La llamaron Revolución de Octubre y abrió el primer paréntesis de civilidad en nuestra atribulada marcha hacia la consolidación de la democracia.