viernes, 20 de marzo de 2020

Pandemia

No tengo dudas, el universo respira.
Sus pulsiones viajan distancias indecibles y alcanzan el minúsculo rincón donde habitamos; a veces con mayor fuerza, y otras con una levedad que semeja las caricias sedosas de un guante gigante, pero gentil.
Esos alientos están en la brisa que mueve los árboles y los limpian de follajes resecos, para que rebrote la vida y se nos alegren los ojos y los días. 
Pero también están en las convulsiones inmensas con que las estrellas se despiden de la vida y los hoyos negros se tragan lo que entra en sus redes, extendidas en años luces.
Cada fenómeno de este universo nuestro es un aliento, un movimiento vital que sostiene el maravilloso caos que nos gobierna, más allá de todas nuestras pequeñeces y egoísmos.
Hay momentos en que las variables cósmicas se combinan de extraña manera, y las dimensiones telúricas de los grandes acontecimientos, se encarnan en asuntos cotidianos de nuestro mundillo terrenal y nos mueven las fibras más íntimas. 
Cuando eso pasa, nos asustamos. Se tensan los hilos que nos atan al infinito y nos damos cuenta de nuestra fragilidad, porque sentimos angustia y ansiedad.
Nos damos cuenta de que por más fuertes y poderosos que creamos ser, no lo somos frente a los designios de ese respirante superior cuyo aliento nos estremece con mínimo esfuerzo.
Creo que uno de esos momentos excepcionales nos está tocando vivir ahora, al declararse una pandemia que pone en jaque creencias y certezas y que, sobre todo, nos hace conscientes de nuestra mortalidad, de la brevedad de nuestro tránsito vital.
Experimentamos el miedo visceral que produce la falta de control, la noción de nuestra debilidad radical, el saber que no tenemos capacidad de determinar nuestro destino, que podemos no ser más que follajes secos que la brisa despega de las ramas, para que venga renovación.
El universo es un ser vivo del que formamos parte, y cuando un hálito de su aliento nos alcanza y nos asusta, podemos elegir sobreponernos a esos temores para integrarnos en el respiro y usar su fuerza para renovarnos y replantear nuestro breve quehacer terrenal para ser mejores...