sábado, 30 de septiembre de 2017

Onanismo verbal


No cesa mi estupor.
Parece increíble que casi veinte años después no tenga yo la capacidad de procesar la cantidad de vaciedades que brotan de cualquier intervención oficial, sobre cualquier tema.
Es posible que ello tenga que ver conmigo, con mis sesgos y mis prejuicios. Ya a estas alturas de la vida he comprendido que solo podemos percibir nuestra propia versión de la realidad, que somos filtros interesados de lo que vivimos.
Pero, sea cual fuere el caso, me parece increíble que se puedan poner tantas palabras juntas para describir mundos virtuales, pretendiendo que son concretos y tangibles.
Oigo funcionarios de todo nivel que hablan de un mundo desconocido para mi: una Venezuela camino a convertirse en una potencia, un país libre de analfabetismo, una nación pujante que se está labrando un futuro luminoso. Oigo hablar de salud, educación, empleo, bienestar, prosperidad. Escucho discursos de amor y de paz.
Les escucho hablar y hablar, y aplaudir y aplaudir; pero no se qué pasa. 
Porque cuando salgo a la calle, no encuentro nada de eso. Más bien mucho que parece lo contrario. Es un raro fenómeno.
Además, a veces en serio y, las más de las veces con sorna, trato de verificar con otros que deambulan por la misma circunstancia.
No todos dicen, pero si ofrecen un mirar casi siempre nublado, y siempre triste. 
Las bocas y los ojos que encuentro mayoritariamente hablan en códigos trágicos y decepcionados. 
Cuando me asomo al país, miro hambre, enfermedad, pobreza, necesidad, distanciamientos y rupturas, corrupción generalizada. 
Tantas cosas que alejan las posibilidades de prosperidad.
Veo precariedad generalizada.
De auto complacerse, la humanidad ha hecho elogios y condenas. 

“Los tocamientos impuros te dejarán ciego”, diría Serrat…