jueves, 6 de junio de 2024

OVERLORD


No es fácil traducir esta palabra del inglés al español y darle significado apropiado a lo que ese término arropó hace ochenta años partiendo de un día decisivo para el mundo como lo conocemos hoy: el 06 de junio de 1944, DÍA-D.
Overlord significa “señor supremo”, podríamos interpretar aquel por encima de quien no existe nadie más.
Es probable que eso haya sido lo que estuvo en la mente de quienes nombraron así lo que sería la campaña de Normandía, golpe definitivo que contribuyó de manera decisiva a  la derrota de los alemanes en la II Guerra Mundial y de la ideología nazi que se cernía como una densa niebla sobre el destino de la humanidad.
Ardía el planeta en una conflagración que ya parecía eterna, el choque de las ideas llevado a su forma más severa: la de la muerte y la desconsuelo en todas partes.
No es fácil, a ochenta años de distancia, imaginar las angustias de aquellos tiempos.
Pero sabemos que los aliados habían entendido, ya para 1942, que la decisión favorable del conflicto en Europa requería que los ejércitos liderados por el componente anglosajón lograrán penetrar el centro de los territorios ocupados para cerrar la tenaza que debía terminar con la ocupación de Berlín y cuya otra punta venía siendo desarrollada por los soviéticos, pagando un inimaginable costo humano.
Hacia finales de 1943 Stalin recibió la seguridad de la invasión para mayo del siguiente año, por parte del primer ministro británico y del presidente de los Estados Unidos, en la conferencia de Teherán.
Los preparativos concretos ya estaban en marcha desde marzo, cuando se asignó al general Sir Frederick Morgan la responsabilidad de dar forma a un plan de invasión por Francia.
Sucesivamente tres otros máximos rangos de las fuerzas británicas, el mariscal Sir Trafford Leigh Mallory, el almirante Sir Bertrand Ramsay y el general Sir Bernard Montgomery fueron designados para comandar la fuerza aérea, la flota naval y el ejercito invasores, respectivamente, así como un comandante supremo de las fuerzas aliadas, responsabilidad que recayó sobre un general norteamericano: Dwight Eisenhower.
Fue este equipo el que diseño la estrategia de la invasión, considerando todos los ángulos posibles para una campaña definitiva.
El plan fue presentado a la alta oficialidad aliada, al primer ministro británico y al rey Jorge VI en mayo de 1944, aunque las acciones preparativas para debilitar las posibilidades de defensa alemanas ya estaban en ejecución por aire y mar desde febrero.
La campaña de Normandía costó la vida de más de treinta mil hombres de ambos bandos, en un período de doce semanas infernales, que dejaron también unos setenta mil heridos de combate.
Los aliados contaron más de cuatro mil bajas el seis de junio.
Fue uno de los despliegues bélicos de mayor envergadura hasta nuestros días y constituyó una hazaña de inmensas proporciones.
Europa resurgió de esas cenizas y adquirió conciencia de unidad, concepto en el que continua trabajando por perfeccionar hasta hoy.
Del enorme sacrificio que significó una guerra que dejó más de sesenta millones de muertos quedaron muchas lecciones que las siguientes generaciones trabajaron por aprovechar y conservar, pasándolas de padres a hijos.
Pero la esfera del mundo sigue girando y nuevos desafíos han ido ocupando la atención de los liderazgos emergentes. 
Nuevas amenazas reales y ficticias atraen la atención y parecen condenar ese pasado reciente, esa gesta liberadora a un peligroso olvido.
Ya vamos viendo como resurgen los nacionalismos capaces de fracturar los ideales de unidad y quebrantar la paz.
Ya truenan los cañones en varios frentes y se escuchan discursos cortados con las tijeras del egoísmo y la falta de solidaridad.
¿Será que no hemos aprendido todavía?