Blind man in Belsen, Alan Moore, 1947
Pareciera que ese fue uno de esos momentos de cuestionamiento hondo y amplio sobre todo lo que los humanos pensamos y hacemos. Un estremecimiento.
Entiendo que la Historia, ciencia social, no escapó de estas consideraciones y pasó de ser un relato crítico de los acontecimientos, a una reflexión documentada sobre el comportamiento humano en su constante intercambio - ¿enfrentamiento? - con la naturaleza, en la que el historiador admite y acepta no poder abstraerse de sus sesgos y sus juicios frente a los hechos determinados que pretende historiar.
Hay ángulos ante cualquier hecho histórico, pero no se puede ser imparciales cuando esos hechos conducen a laceraciones profundas para la propia especie.
Hay que fijar posición frente a los planteamientos de las ideologías extremistas porque sabemos que conducen a destinos trágicos de gran magnitud.
Hubo uno de esos en la primera mitad de aquel siglo, se le llamó Holocausto, por lo terrible de sus implicaciones.
Hoy se conmemoran 80 años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, donde el nazismo asesinó más de un millón de personas en 5 años.
No quiero hablar de eso. Ya muchos y mejores cronistas lo han hecho.
Mi propósito es invitar a mirar lo que está pasando ahora, en el siglo XXI, que ya va terminando su primer cuarto, con el resurgimiento de esas tendencias de pensamiento en los extremos, favorecedoras de la intolerancia y fomentadoras de múltiples formas de discriminación, que llegan a justificar el uso de la violencia contra quienes disienten y estimulan el abuso del poder a gran escala.
Creo que hay que salirle al paso, cada quien con las herramientas de las que disponga; no puede nadie cansarse de insistir sobre los peligros que acechan a la humanidad si retrocede y olvida las lecciones y los aportes - ¿los aprendizajes? - del siglo pasado.
Principalmente se trata, en mi opinión, de una labor formativa, que propicie el fortalecimiento del criterio de las generaciones emergentes, buscado alejarlas del endiosamiento materialista, de la obviedad inducida por el bombardeo mediático fabricante de narrativas y posverdades; y favoreciendo el desarrollo de la espiritualidad y la hermandad que, unidas con el trabajo productivo y el desarrollo del conocimiento, conducen a la amplitud y al reconocimiento de la legitimidad y la dignidad del otro, para alcanzar convivencia en armonía.
Tenemos que decirle rotundamente no a todo lo que pretenda ungirse de absolutos de cualquier signo, en cualquier parte.
Creo que en eso le va la supervivencia a las próximas generaciones.