sábado, 8 de febrero de 2020

La voz de los iguales

Resultado de imagen de astonished

Son tantos los acontecimientos en este mundo nuestro, signado ahora, no se si irremediablemente, por la instantaneidad.
Parece que todo y de todo pasara al mismo tiempo, y es verdad…
Pero antes, las cosas nos llegaban con pausas y nos dejaban hacer con mayor calma.
No hace nada, en 1830, murió Simón Bolívar en una villa a pocos kilómetros, un acontecimiento que marcó nuestra historia republicana para siempre, y en Venezuela lo supimos dos meses después…
Ahora sabemos lo que están haciendo otros ajenos, en sitios lejanos, en el momento en que se precipitan los acontecimientos, sin tiempo de digerir ni, mucho menos, anticipar las consecuencias o posibles impactos reales sobre nosotros, habitantes de otro rincón del mundo.
De una vez tenemos videos, fotos, audios; reales y editados a conveniencia de cualquier interés.
Aparecen tránsfugas que ocasionan crisis telúricas y se precipitan revoluciones.
Un loco acuchilla extraños en un puente.
Desde China lejana, en una ciudad de cuya existencia no sabíamos nada, muta un virus, y el miedo de morir nos renueva su presencia.
Construyen hospitales gigantes en días.
Si unos aristócratas ingleses deciden cambiar sus hábitos de vida, el asunto se discute en una taberna de Barranquilla o de Ciudad del Cabo, como si ese drama parroquial fuera de cualquier de esos lugares.
Son muestras de nuevas formas de democratización que me confunden.
Creo que en este fenómeno viene, como pasó desde China, un virus terrible.
Tanta cosa simultánea, sin filtros de trascendencia ni importancia, sin criterios de prioridad, nos distrae y desenfoca nuestros intereses, nos aleja del quehacer.
Y entonces, me parece que emerge una manifestación novedosa de la igualdad, un concepto que refleja valorativas complejas y aspiraciones casi eternas de la humanidad, quizás porque cuando hablamos de ella, el aroma de otra noción que creamos los humanos, la de justicia, impregna todo y arriesgamos la intoxicación.
A mi me pasa que al alcanzarme esta nueva forma, esta verificación de la predicha aldea global, se me están revolviendo convicciones.
Y es que no puedo, de verdad, por más que viajo a mis reservas internas, verme igual a un tipo que mata elefantes para traficar marfil, o a una niña a quien mutilan su sexualidad ritualmente, o a unos que manejan drones que aniquilan. Tampoco me veo igual a personas nobles que se inmolan por causas extrañas a mi cotidianidad, o a quienes regresan luego de un año de habitar una estación más allá de la atmósfera, o un puesto en Antártica.
No, lo descubro gracias a ese bombardeo constante de noticias de todas partes, no somos iguales.
Si, somos una misma especie, en el mismo planeta; pero ¿iguales?.
Y si resulta que no lo somos ¿qué pasará?, ¿a dónde nos llevamos la aspiración de que todas la voces pesen igual al momento de decidir nuestro destino?.
¿No es esa, en el fondo, la aspiración democrática? ¿Cuál sería el resultado de que todas las voces pesaran igual cuando haya que votar por el porvenir?
Estoy asaltado con la duda…
De momento, mientras me me voy aclarando, me propondré trabajar en mirar las diferencias y en conciliarlas, bien desde la compasión, bien desde la admiración y el homenaje, tratando de reconocerme en la naturaleza sublime y perversa de las esencias.