sábado, 18 de enero de 2020

De derivas y derroteros...

Este diciembre, de cierre de década, tuve dos conversaciones de importancia personal.
Una con un entrañable amigo, que emergió del pasado universitario y reapareció de repente con un saco de buenas recomendaciones e intenciones constructivas, que crearon la magia del rato maravilloso donde los tiempos se funden y puede uno dejar de tener edad y vivir simplemente, con intensidad rediviva.
Esos momentos son incomparables, porque pasas de la organización de un movimiento político, a una serenata, o de un viaje de playa a proyectos de publicaciones. Se diluyen fronteras y todo aparece en un constante renacer.
Es una reconciliación con la vida.
La otra, prolongada y con vista sobre nuestra querida Caracas, testigo de todo nuestro devenir, la tuve con un hermano que se avienta a nuevos destinos.
No nos damos mucha cuenta, pero vivimos tiempos de despedidas y no conoce uno el alcance de esas cosas que, hasta hace tan poco, parecían ajenas.
Pero, de repente volteas y te das cuenta que faltan hijos y amigos, que consigues gente que te cuenta que le faltan hijos y amigos, o de los viejos que se quedaron solos... 
Es tosco el consuelo de la tecnología, pero consuelo al fin al cabo. Nos deja ilusión de cercanía.
Así toca la década a cierre.
Hace más de setenta años, Ciro Alegría nos reveló que el mundo es ancho y ajeno.
En él debemos ejercer el privilegio de la vida y alumbrar esperanzas de cosas mejores, siempre envueltas en complejidad y con giros insospechados e inesperados.
De eso se trata.
Tengo el privilegio, gigante, de poder compartir cotidianamente con gente talentosa e iluminada, que impulsa mis días más allá de la física que marcan las veinticuatro horas. 
Cada uno, desde su ángulo, me aporta y me ayuda a ejercer la alegría de vivir, que es oficio que me apasiona. 
Agradezco a todos, lejos y cerca.
Pongo un grano de mi en ustedes
que me dan los suyos.
Sea fértil el intercambio y podamos sonreír,
donde quiera que sea...