Rómulo Gallegos - discurso de toma de posesión como Presidente de la República en 1948.
I
Eran jóvenes en Barranquilla, rozaban los veinte años pero ya el destierro los curtía.
Sus tobillos conocían la mordida candente de los grilletes y sus ojos la bruma de las mazmorras.
Ya el aliento fétido de la tiranía había provocado arcadas en sus vísceras.
Cuando escribieron su manifiesto supieron que era un pacto para siempre.
Era un documento que los hermanaba en la simplicidad del texto y la gravedad del compromiso.
Soñaban con la libertad de su tierra ensombrecida.
II
Intentaron la generosidad los herederos del tirano.
Tanta crueldad habían visto, que se sintieron magnánimos y creyeron, con sinceridad que los llegó a honrar, que en sus manos estaba el porvenir que todos querían.
Pero no era así. Había límites que su voluntad no podía comprender, sometida por las prebendas de décadas en el poder horrendo.
No alcanzaron a entender que los hombres para ser verdaderamente libres deben tener derecho a elegir su destino y, para eso, es imprescindible que sean ellos quienes designen sus gobernantes.
Pero dejaron que los exiliados vinieran, con sus sueños arropándoles y la voluntad de luchar por sus ideas hasta el sacrificio.
El poder permitió la organización de partidos políticos y sindicatos.
Cuando quiso volver a cerrar esa puerta, comenzó a descender hacia el abismo.
III
Vinieron nuevas cárceles y destierros. También clandestinidad.
La historia acumula secuencias de sucesos y, de repente, parece dar un salto inesperado, que rompe la marcha sosegada de los días y revuelve todo.
Los muchachos de Barranquilla median ahora la treintena de edad, y su esperanza de tránsito pacífico había perdido la cordura una mañana en el Hotel Ávila de Caracas.
Un contacto nocturno, reuniones secretas entre conspiradores inexpertos, ponderación de posibilidades, cálculo y decisión.
Los sables se alían con las ideas.
Corre sangre cuando se precipitan los hechos el 18 de octubre, pero priva la prudencia y la tormenta se aplaca rápido.
Pasa la página de la tiranía.
IV
Hay ocasiones, en que la esperanza viste ropajes ajenos y extraños que pueden confundirnos.
En tales coyunturas hay que sobreponerse a los aires del desaliento y abrigarla en los lugares recónditos donde su brillo se preserve hasta que pueda aparecer y resplandecer ante todos.
Debe haber sido así por aquellos tiempos, en que las locomotoras de la historia rugían como dragones enfrentados con fiereza.
Desvelos y planes. Unos abrigando ambiciones secretas, otros buscando materializar ideas libertarias.
El pueblo es nuevo señor y su voluntad la plasman los escribas que él designó.
Su voz se va haciendo ley de la tierra.
V
Todos tuvieron derechos.
Eligieron un conductor de sus designios y celebraron fiestas tempranas.
Mientras, la nocturnidad comenzaba a tejer su madeja de ambición pervertida, en algún hoyo olvidado por la embriaguez prematura de los soñadores.
Aunque fue corta, la experiencia sirvió.
El sabor de la libertad se quedó prendido en el espíritu popular que volvió a abrigarla en resistencia secreta, hasta que llegara la luz de nuevo.
Va y viene ese remecerse de los tiempos, y los hombres de Barranquilla, ya en la cuarta década de sus vidas, volvieron a cárceles, exilios y cementerios.
Hubo que volver a arropar la esperanza.
Retornó la clandestinidad.
Aquellos hombres que ya partieron dejaron su sueño como legado de raíz profunda que siempre retoña.
Solo hace falta algún rayo de sol.





