lunes, 10 de marzo de 2025

Pecados capitales


El saber es un precioso destilado que, goteando su líquido exquisito, va llenando la inacabable copa donde beben los hombres.

Se expresa en lo que llamamos cultura y tiene formas diversas: arte, ciencia y religión, son, quizás, las tres más conocidas.


A efectos de este escrito, me interesa la religión como vehículo para sistematizar el saber de una manera específica, arreglada a valores y creencias particulares.


Desde antes del cristianismo, los hombres distinguieron que ciertas apetencias naturales, cuando se desbocaban, conducían a cometer excesos que sacaban a las personas de su estar habitual y les hacían comportarse de maneras perjudiciales, tanto para ellos como individuos, como para la colectividad a la que pertenecían.


Encontraron que, de la misma manera que existen virtudes, existen vicios.


Para el momento del que hablo, ya Moisés había bajado con las Tablas de la Ley, y se habían decretado los mandamientos.


Eso no podía reescribirse y, entonces, pensaron que se debía prevenir el avance de los vicios, y enunciaron cuáles de ellos eran la fuente de todos los demás.


Se les llamó “capitales”, y se planteó que, a partir de su práctica, los hombres se precipitan al abismo de lo peor, para condenarse sin remedio.


Los tiempos corren y los aires del libre albedrío, como se interpreta contemporáneamente, han hecho más flexibles las nociones de libertad de pensamiento y acción. Ahora es una especie de “se vale todo”.


La humanidad, a pesar de tantas evidencias que sugieren lo contrario, parece seguir confiando en que la virtud prevalece siempre, y deja que sobrevengan tiempos oscuros a los que suceden tiempos luminosos, en una alternancia que siempre apuesta por períodos de luz cada vez más prolongados.


Quizás sea una ciega fe.


Santo Tomás de Aquino, cuando listó los pecados capitales - que ya para su tiempo se habían condensado en los siete que conocemos -, encabezó la lista con la soberbia, y la hizo seguir por la avaricia. Es decir, que consideró que estos dos vicios constituían los desencadenantes principales de todos los males. No es poca cosa.


La verdad no sé si, al seguir ese extraño girar de la espiral de la historia, la humanidad esté entrando a una era oscura.


Cuando observo la orientación de algunos liderazgos mundiales y escucho sus motivaciones, y las formas, casi de mala caricatura, como pretenden justificar lo indecible al amparo de poderes desproporcionados, con golpes desconsiderados, sin pudor ni vergüenza; me pregunto si no estaremos poniendo la cabeza de la especie dentro de la boca de un león sin amaestrar, al observar que en esta vuelta hay poderío suficiente para acabarlo todo.


Algo me dice - aunque no quisiera escuchar - que los pecados capitales están iniciando una presentación estelar; soberbia y avaricia en los roles protagónicos.

lunes, 27 de enero de 2025

Desafío



Blind man in Belsen, Alan Moore, 1947


De las múltiples cosas que nos dio el siglo XX, ese torbellino caleidoscópico que, podría decirse, estableció una deriva nueva para la humanidad entera, se me ocurre destacar hoy dos aportes: la definitiva disolución de los conceptos absolutos sobre cualquier cosa y, en correlato con eso, la aceptación - progresiva - de la no exactitud de ninguna ciencia.

Pareciera que ese fue uno de esos momentos de cuestionamiento hondo y amplio sobre todo lo que los humanos pensamos y hacemos. Un estremecimiento.


Entiendo que la Historia, ciencia social, no escapó de estas consideraciones y pasó de ser un relato crítico de los acontecimientos, a una reflexión documentada sobre el comportamiento humano en su constante intercambio - ¿enfrentamiento? - con la naturaleza, en la que el historiador admite y acepta no poder abstraerse de sus sesgos y sus juicios frente a los hechos determinados que pretende historiar.


Hay ángulos ante cualquier hecho histórico, pero no se puede ser imparciales cuando esos hechos conducen a laceraciones profundas para la propia especie.


Hay que fijar posición frente a los planteamientos de las ideologías extremistas porque sabemos que conducen a destinos trágicos de gran magnitud.


Hubo uno de esos en la primera mitad de aquel siglo, se le llamó Holocausto, por lo terrible de sus implicaciones.


Hoy se conmemoran 80 años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, donde el nazismo asesinó más de un millón de personas en 5 años.


No quiero hablar de eso. Ya muchos y mejores cronistas lo han hecho.


Mi propósito es invitar a mirar lo que está pasando ahora, en el siglo XXI, que ya va terminando su primer cuarto, con el resurgimiento de esas tendencias de pensamiento en los extremos, favorecedoras de la intolerancia y fomentadoras de múltiples formas de discriminación, que llegan a justificar el uso de la violencia contra quienes disienten y estimulan el abuso del poder a gran escala.


Creo que hay que salirle al paso, cada quien con las herramientas de las que disponga; no puede nadie cansarse de insistir sobre los peligros que acechan a la humanidad si retrocede y olvida las lecciones y los aportes - ¿los aprendizajes? -  del siglo pasado.


Principalmente se trata, en mi opinión, de una labor formativa, que propicie el fortalecimiento del criterio de las generaciones emergentes, buscado alejarlas del endiosamiento materialista, de la obviedad inducida por el bombardeo mediático fabricante de narrativas y posverdades; y favoreciendo el desarrollo de la espiritualidad y la hermandad que, unidas con el trabajo productivo y el desarrollo del conocimiento, conducen a la amplitud y al reconocimiento de la legitimidad y la dignidad del otro, para alcanzar convivencia en armonía.


Tenemos que decirle rotundamente no a todo lo que pretenda ungirse de absolutos de cualquier signo, en cualquier parte.


Creo que en eso le va la supervivencia a las próximas generaciones.


lunes, 6 de enero de 2025

¿Post o Neo democracia?



Voy aprendiendo que el significado de las palabras se transforma con el correr del tiempo y la evolución de las sociedades, que les van incorporando matices para adecuarlas a las realidades de su contemporaneidad y al reflejo de sus intereses.

Me parece que una de esas transformaciones que va apareciendo recientemente es la del término democracia, que refiere una concepción de forma de gobierno, pero que, al solidificarse la concepción burguesa del mundo, ya no pudo separarse de la idea de virtud y practicarse como un valor cívico.

Esa particular definición de democracia lleva poco menos de tres siglos de vigencia y ahora parece que empieza a adentrarse a un terreno diferente, porque no suena igual cuando sale de la boca de un liberal, que de un conservador; definitivamente no tiene el mismo sabor cuando la proclaman autócratas o tiranos.


Pero el caso es que todos la pronuncian, la necesitan formando parte de sus idearios, la democracia empieza a aparecer como una especie de diosa en cuyos altares se sacrifica toda clase de corderos.


Se dice que Abraham Lincoln se refería a ella cuando definió lo que él consideraba la justificación de la guerra civil, en su breve discurso de Guettysburg: Gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo.


Y aquí aparecen las dos nociones claves que deben sustentar el concepto, uno de manera explícita y otra de manera implícita.


Explícitamente se habla de pueblo y es importante detenernos en este término cuyo significado también evoluciona.


Pueblo es el grupo de personas que tienen capacidad para decidir autónomamente sobre los asuntos comunes que les conciernen.


Es decir, que quienes no tienen la capacidad de participar con base en su propio criterio sobre algo que les afecta, no son pueblo.


Se trata de un concepto excluyente (pensemos, por ejemplo, que hasta ya entrado el siglo XX, las mujeres no podían votar; o que en aquella guerra cuando Lincoln daba su discurso para inaugurar un cementerio, los negros estadounidenses eran esclavos en una porción grande del territorio), que a fuerza de luchas y grandes sacrificios se ha ido ampliando para incorporar más gente progresivamente. Hoy sería difícil pensar que algún sector de la sociedad no forma parte del pueblo. Pero no siempre fue así.


Implícitamente subyace en la definición, y por ende en la idea de democracia, el concepto de libertad.


Quiero decir que solamente es posible que el pueblo tenga la capacidad de darse el gobierno que requiere para atender sus necesidades comunes y ejercer de mandante sobre ese gobierno, que debe rendirle cuentas, si es libre de pensar, deliberar y elegir a los gobernantes, y de relevarlos cuando lo considere.


Es decir, libertad para darse instituciones que regulen la convivencia social y gobernantes que funcionen dentro de ellas.


Pero el mundo gira y los tiempos cambian.


Aparecen nociones que se dicen democráticas pero que reinterpretan los componentes de la definición: pueblo y libertad.


Y entonces solamente es pueblo quien sigue los postulados de los gobernantes, porque la disidencia es perseguida.

Y los inmigrantes pierden la posibilidad de ser pueblo.

Y los diferentes, por cualquier razón, pueden ser perseguidos con alguna justificación.

Y las instituciones se hacen maleables para ajustarse a las necesidades de los gobernantes.

Y se puede perseguir a la prensa.

Y se pueden encarcelar a personas sin procesamiento.

Y se puede ser culpable sin pruebas.

Y…


Creo que van apareciendo dos caminos en la evolución de la democracia: uno hacia algo distinto, que no se cómo será, que rompa definitivamente con la creencia de que ella es un valor y la cambie radicalmente (postdemocracia); otro que la acompañe en una profunda revisión de sus puntos débiles y encuentre los mecanismos para robustecerla y favorecer que se afiance y se proyecte, renovada, hacia un largo futuro, que asegure la paz (neodemocracia).

domingo, 27 de octubre de 2024

Aires de octubre


Octubre
Calendario de "Las muy ricas horas del duque Jean de Berry"
Hermanos Limbourg, alrededor de 1412

 I

El cielo que mira Ignacio Andrade en 1899 transita entre Libra y Escorpio.

Atribulado, quizás asustado trata de comprender la mala vuelta de su fortuna, él que hasta no hace nada se sabía primero entre caudillos, presidente hasta 1902.

¿Cómo entender que una hueste menor de encapotados de occidente, sin ninguna posibilidad de victoria, toque a sus puertas para desalojarlo?

En el espejo mira la derrota inevitable ya, muy adentro sabe que esas tempestades que se lo llevarán comenzaron con los vientos del fraude electoral que lo encumbró en casi un par de años antes.

Toma el sombrero y se va a La Guaira, para emprender el destierro.

Cipriano Castro entra a Caracas el 23.


II


Es 1945.

Las vueltas de la fortuna han traído al general Medina hasta este trance aterrador. 

Medita solo, luego de intercambios con sus más cercanos colaboradores, con sus asesores íntimos.

Comprende que el poder supremo pervive en un recinto solitario.

Entiende que de su mano puede salir el golpe devastador que desate la lucha fratricida.

Se da cuenta también que todo esto está pasando porque no supo interpretar el clamor de quienes esperaban más apertura de su parte.

Quizás sienta arrepentimiento, ¿quién sabe?

El 19, con la frente alta, se va al cuartel, se entrega y resigna el poder heredado.


III


Alfredo es el nombre del jefe de la clandestinidad Leonardo Ruiz Pineda, que se desplaza por una calle de San Agustín, en Caracas en octubre de 1952.

Acaba de cumplir 36 años de edad, le parecen muchos; ha vivido tanto y tan intensamente.

Después de lograrse la publicación del “Libro Negro”, siente que se despliegan alas de libertad. 

La lucha y sus sacrificios parecen estar mostrando sus primeros frutos.

Hay brillo de esperanza en sus ojos la noche de octubre en que la bala asesina los apagará.

El 21 se eleva al sitial de los héroes mártires.

Ese sacrificio será combustible para el motor que llevará a una nueva estación el 23 de enero, seis años después.


IV


En 2023, el 22, se va la gente a la calle para elegir, votando, a alguien que represente una opción de cambio.

Es la desembocadura de vueltas y revueltas largas para alcanzar acuerdos, para coordinar acciones, para organizarse pese a todas las adversidades y obstáculos, los interiores y los fraguados desde el poder establecido.

La jornada es exitosa.

María Corina Machado celebra su victoria sabiendo que recibe una gigantesca responsabilidad conductora.

El año que seguirá le infundirá sabiduría y obligará a una maduración acelerada de sus competencias dirigentes.

En su espejo de la clandestinidad se refleja ahora la certidumbre de los predestinados.


V


Entre fraudes, errores de cálculo y sacrificios, transcurren octubres de tres siglos en una tierra común.

Cuatro generaciones y contando…

domingo, 6 de octubre de 2024

Parlamentar


       Modelo de la Pnyx, en Stoa de Attalus.
 Atenas, Grecia

Encuentro que no es lo mismo hablar que parlamentar.

Lo primero lo hacemos constantemente, casi como un gesto instintivo, en nuestro afán de comunicarnos, a veces bien, otras veces no tanto.

Es el fluir espontáneo de las palabras buscando alcanzar a los otros e impregnarlos con nuestros significados.


Hablamos hacia adentro y hacia afuera, sin parar.


Para parlamentar, en cambio, hace falta diseño y estructura; hacen falta acuerdos previos y reglas que permitan el intercambio de ideas con sentido productivo.


Se requieren pausas para reflexionar y para asimilar los puntos de vista y las propuestas divergentes de las nuestras.


Es necesario analizar y hacer ejercicios de empatía; es necesario visualizar el bien común, por encima de la mezquindad de los intereses propios.


Se trata de la búsqueda de acuerdos que permitan resolver las diferencias que surgen del roce social entre muchos, que necesitan ventilarlas y procurar identificar vías que resuelvan, para la mayor satisfacción de las aspiraciones de todos, idealmente o, por lo menos, de la mayoría.


Creo que una de las máximas imprescindibles del parlamentarismo es la necesidad de admitir al otro, al diferente, al disidente; se trata de respetarlo y de reconocer una legitimidad diferente a la nuestra y de abrir la mente y el corazón para considerar sus planteamientos desde esa legitimación y desde ese respeto.


Si creo, sin embargo, que para parlamentar primero es necesario haber conversado, que es ese acto de combinar el habla y la escucha para producir entendimiento.


De las conversaciones para coordinar la plataforma de parlamento es de donde deben surgir los marcos de referencia que deben regir y los compromisos de honrarlos.


Para ello hace falta una alta dosis de honestidad intelectual y sentido ético, que emerjan con contundencia cada vez que la intolerancia o el sectarismo quieran imponerse por la fuerza y aplastar las posiciones de los demás.


Por los tiempos que corren, donde el mundo parece devuelto a un escenario de confrontaciones permanentes entre posiciones que se radicalizan hasta el punto de hacerse irreconciliables y que solo atinan a buscar soluciones mediante la anulación de los adversarios, creo que valdría la pena volver a mirar esa concepción alternativa a los misiles y a las mazmorras, en la que personas puedan encontrarse a parlamentar.


Me pregunto, si no retomamos ese camino, ¿dónde iremos a parar?

viernes, 23 de agosto de 2024

Entre la narrativa y la posverdad


No dejo de repetirme que lo sé. Lo sé desde hace tiempo.

No, no desde siempre. 

Alguna vez lo vi distinto y, después, por alguna epifanía afortunada, ahora sumergida en las honduras de la memoria, cambié de opinión.

Sí, siento que descubrí que la verdad es relativa y que vive en la mirada de cada uno, según la perspectiva desde donde esté mirando los acontecimientos, y descubrí algo maravilloso: que todos tenemos razón, y que eso no es lo que importa. 

Lo  que importa es ponerse de acuerdo.

Ahora, como un abono en las cuentas de mis trasnochos, se me revela el concepto de narrativa, en una acepción que no conocía del término, que siempre usé como la referencia a un estilo particular de la comunicación que, además de no ser en verso, busca mostrar un decurso determinado de cosas o acontecimientos.

La novedad es que ahora narrativa se me hace sinónimo de guión y de discurso; y está bien, abro mi mente para aceptarlo; digo, para no andar con purismos del lenguaje.

Y entonces aparecen las narrativas que construyen argumentaciones, mejor o peor hilvanadas, para intentar mostrarnos una certeza que puede llegar a ser definitivamente descocada. 

Algo así como darle validez a un montón de despropósitos que a veces hasta se contradicen unos con otros cuando los miramos con detenimiento, intentando darle sentido y congruencia a lo que a ojos de grandes mayorías de actores y observadores no lo tiene por ninguna parte.

Aparecen opinantes y doctores y expertos y adivinos y hechiceros y demás yerbas, que van argumentando y construyendo un entramado para orientar el pensamiento de todos hacia una verdad que, al parecer, quieren que sea la única y verdadera verdad.

Total, ¡un enredo de marca mayor!

Bueno…

Después, haciendo esa digestión casi subrealista, surge como una revelación siempre sabida, una verdad que desafía todas las leyes de la física y de la sociología, y me pone el mundo patas para arriba.

Un verdadero desconcierto que aparece validado, no solamente por la narrativa, sino por formas de institucionalidades dibujadas en un cuaderno de borradores, coloreadas con crayones que se salen constantemente de la raya, pero que me dicen que son la verdad.

Indagué. 

Me desvelé investigando, viajando a las entrañas de esa cosa indescifrable para mí.

Otra vez perdí el sueño anhelando actualizarme para no perderme, para que no me llevara la corriente, como al camarón aquel.

Y dándole por ahí, ya olvidado del sueño reparador, en los bordes de una lúcida demencia, me tropecé con la posverdad.

Un verdadero gigante de lo contemporáneo del siglo XXI, un concepto nuevo.

Supe entonces, que se pueden fabricar verdades insólitas si se construyen las narrativas adecuadas.

Me asombré, lo confieso.

De repente, recordé aquella cosa del beisbol a la que llaman pisa y corre, y me vino que, en la onda de irle acuñando nuevos significados a cosas viejas, a lo mejor la verdad es ahora algo que está en pisa y corre entre la narrativa y la posverdad.

Ya no sé si alguna vez volveré del desvelo.